Un roble de tierra fría

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Potreros donde pastan bestias y cultivos de maíz rodeados de plantas aromáticas visten la montaña que día a día Rubén Amariles camina cargando baldes repletos de moras.

Una camisa a cuadros de manga larga, un pantalón gris oscuro y un sombrero negro permiten identificarlo en medio del verde paisaje que hace de patio trasero de la casa de este silletero de 86 años. Su contextura grande y robusta se suma a la inmensidad del paisaje que se contempla desde uno de los puntos más altos de la vereda San Ignacio.

Camina con la seguridad y la tranquilidad que le da conocer de memoria cada rincón de esa cuesta, pues la ha andado desde niño, al desempeñar cuanto trabajo existe en esta montaña andina del centro de Antioquia.

Mientras se acerca superando con paciencia cada obstáculo, se advierte en don Rubén una alta espiritualidad, un hombre noble, que oculta su timidez con una sonrisa al parecer ingenua y unos ojos achinados que invitan a conocerlo un poco más.

Para los hombres de su edad nunca existirá mejor escuela que el ejemplo de sus padres; no está titulado por ninguna universidad y aun así supo moldear la piedra y el carbón, manipular el fuego y el agua, hilar cabuya y amarrar con ella grandes cargas de flores para montar a sus espaldas en una silleta.

Cultivar maíz y papa es una de las tantas cosas que mejor sabe hacer; sin embargo, su amor por lo que brota de la tierra se lo dedicó a las flores. Tiene la virtud de contar en detalle cómo lo hacía en surcos, con una distancia de vara y media y preferiblemente en menguante. No las regaba, bastaba la lluvia y el abono de boñiga, ceniza, hojarasca, tierra y el bagazo de la cabuya esparcido por encima.

Como los demás pioneros, Rubén siente en lo más íntimo el honor de ser un silletero, no sólo por desfilar engalanado las calles de Medellín cada año, sino porque sabe muy bien que el cargador que lleva en su frente ha sostenido muchas otras veces una silleta como herramienta de trabajo; tan cotidiana, como la ropa que viste a diario.

Don Rubén Amariles hace parte de este grupo selecto de hombres y mujeres que en la madrugada y casi abriendo camino, bajaban a pie con una carga de alimentos, aromáticas y flores para vender en Medellín. Parece que fuera un testigo del comienzo de todos los tiempos, sus manos grandes dan la sensación de haber construido todo lo que miramos en derredor.

Siempre ha sido un hombre de familia, tuvo dos matrimonios, catorce hijos, siete nietos y dos bisnietos. Su primera esposa falleció al dar a luz a su tercer hijo y entre tantas dificultades por las distancias y retos que impone el campo, debió asistir incluso, la llegada de una de sus hijas.

Hoy en día quién lo acompaña constantemente es Rosalba, su hija menor, una mujer que lo define con orgullo como un gran líder, porque a pesar de sus pocas palabras son sus actos los que enseñan cómo enfrentar la vida día a día.

Todo en la vida de este hombre ha sido empeño y esfuerzo. Desfilar como silletero fue algo que buscó por mucho tiempo hasta que la insistencia y el apoyo de sus vecinos, le permitieron integrarse a este evento a partir de 1962. Tiene la certeza de no haber faltado desde entonces, siempre con su silleta tradicional, con la misma y única intención de disfrutar esa sensación de alegría, que él dice, le genera participar en el Desfile de Silleteros.

No basta con un par de visitas para conocer a don Rubén Amariles, en esta ocasión interrumpió su trabajo con las moras que serán vendidas en Medellín para dar curso al raudal de sus recuerdos. En el corredor de su casa descubrimos que es un hombre tranquilo, su voz gruesa y ronca contrasta con una risa constante con la que interrumpe a cada tanto su relato, dejando ver, además, que es el dueño de una gran personalidad cargada de felicidad.

En sus memorias se pueden rastrear costumbres e historias ya perdidas en el territorio cultural silletero, como la producción de cabuya y jabón de tierra. Las transformaciones del entorno a partir de la construcción de casas y carreteras, las anécdotas relacionadas con los mitos y leyendas propias del campo, la vida cotidiana con sus familiares y vecinos, todo queda caracterizado por el peculiar ingenio de este campesino que ha salido adelante en medio de las exigencias de su medio y de su tiempo.

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